martes, 5 de diciembre de 2017

Es la hora de dejar de hacer periodismo de periodistas y decirle adiós al circo romano

Inexplicablemente, el Martín Fierro de la radio se transformó en un escenario bochornoso, que mostró la peor cara de una postal plagada de espasmos. Como en un circo romano, se ubicaron por un lado los periodistas más críticos del kirchnerismo y por el otro, los soldados fieles que le quedan a Cristina. Y en el medio,




Frente a los encantadores de serpientes, el estupor copó sala. Mientras por las mesas los bandos se cruzaban ofensas, la platea fue obligada una vez más a tomar partido en un show patético, que desacredita a la prensa. Lanatistas, Leucosistas, Majulos, Silvestristas o Brancatelistas, judios y católicos, aparecieron entreverados en una lucha sin cuartel. Todos pusieron como escudo las banderas de la libertad de prensa, pero sin mirar más allá de la General Paz, donde están los verdaderos temas de debate, en las angustias de la gente que no llega a fin de mes y saca turno para comer. Aclaro ante todo, que no estoy a favor de ninguno de los bandos. Trato de ubicarme en la franja más neutral, la menos contaminada por el aluvión dialéctico.
Pasaron los días, pero aún hoy persisten los ecos de personajes mediáticos que cotizan en programas de TV a base de escándalos. Son los que terminan siendo funcionales a las patronales que quieren ver a sus legionarios divididos de por vida.El Gobierno también se frota las manos, porque siempre es mejor una prensa fracturada y distraída. 
En los Martín Fierro del éter,  los grupos en pugna se mostraron los dientes hasta con religiones, como si estuviesen en la Franja de Gaza, hundiendo los cuchillos hasta el mango para aniquilar al colega. Lo que vimos, representa la imagen más pobre, de un conglomerado que ha ideologizado la profesión, alejándose del objetivo supremo de la verdad. Son los que incomodan la convivencia y confunden a la opinión pública, colocándola en la disyuntiva de tomar posición. Frente a esta metodología que desataría la ira hasta del propio Mariano Moreno, la Argentina vive desde hace años cegada por una densa nube de crispación, donde la mesa familiar y las redes sociales se han convertido en campos de batalla que han dividido de manera irreconciliable a amigos y parientes. 
No es otra cosa que el apocalipsis del disenso. La sepultura de las ideas que pregonaron nuestros maestros. Una suerte de cisne negro de la profesión, donde todos apuestan a matar o morír con ideas opuestas. De un lado están  los denominados "periodistas militantes" y del otro, los que se cuelgan carteles con categoría de analistas, pero que también son parciales al hacer sus proyecciones. 
Desde mi óptica personal, que no es una verdad única, este escenario no lo fabricamos quienes escribimos o editamos durante casi toda la vida para reflejar la fotografía más aproximada de la realidad. Esta suerte de conventillo mediático, del que sirve el rating y engorda los bolsillos de los empresarios, está fogoneado por algunos dueños de las corporaciones. Los mismos que hacen del periodismo un arma letal para domesticar gobiernos y sacarles todo el jugo que puedan. La metodología siempre fue la misma. Primero, alabar presidentes, pero cuando les bajan la generosa pauta publicitaria y se agotan los dineros públicos, los aniquilan. Son los que descargan letra envenenada y obligan sus planteles a tomar por un camino único para no perder el laburo.
Conduje redacciones durante casi toda mi vida profesional. Traté de preservarme lo más que pude de las presiones de arriba, pero debo reconocer que muchas veces me colocaron en un callejón sin salida. Algunas  sugerencias fueron sutiles y otras no. "Vamos a pegar a fondo para que nos den más pauta". También escuché varias veces de boca de algún empresario: " hay que matarlos, así aprenden". O para hacer menos dolorosa la autocensura, solían bajar linea señalando: "mirá que no quiero pelearme con tal o cual Presidente".
Me tocó pasar también por la larga noche de la dictadura y los años de plomo. Hacer frente a intentos de censura y  sufrir amenazas de muerte.
No estoy de la vereda de los que sostienen que la grieta viene de lo más profundo de la historia. Si bien es cierto que Unitarios y federales, peronistas y radicales o anarquistas y comunistas, competían a brazo partido, también se escuchaban y se respetaban. El disenso siempre fue a través de la historia, la mejor herramienta para aprender y mejorar. Pero en la Argentina de la última década irrumpió con inusitado furor el discurso del odio y el del "vamos por todo". La premisa era : "o están con nosotros o son el enemigo". De esa manera, desapareció de la escena la palabra adversario y todo se tiñó de rencor, sobre todo en aquellos épicos patios militantes de la Casa Rosada.
Hoy  hasta el propio Gobierno está fracasando en su retórica para cerrar la grieta. Lejos de pacificarse, la Argentina se sigue desangrando en discusiones que nos alejan cada vez más. Hay periodistas que continúan en estado de agresión permanente y los actos de macromilitancia los superan. El odio derramado es tal, que solo faltan huevos y escupitajos para decorar los programas de TV, donde se discuten estas cuestiones en medio de acalorados debates, siempre con la ausencia de  pensadores serios, porque los productores que preparan el menú, aseguran que no contribuyen a engrosar el rating. El negocio es el circo romano.
Es cierto que la situación económica no ayuda y que la mayoría de las billeteras están vacías, pero debería ser la unión la que nos ilumine para poder encontrar el rumbo. Hoy la prensa vive su peor momento. El Gobierno tiene entre manos un plan de despidos en el Sistema Nacional de Medios. Algunos sostienen que involucra a un total de dos mil personas que trabajan en la agencia Télam, Radio Nacional, la TV pública y Tecnópolis. EL Grupo Indalo, de Cristóbal López y sus radios, también agonizan por la ausencia de la pauta generosa de los Kirchner. La agencia de noticias DYN está al borde del cierre, con casi cien familias en una angustiante espera que culminará en diciembre.
Llamativamente, se trata de un medio que pertenece a la sociedad de Clarín y La Nación, con la sumatoria de varios diarios del interior. En este caso no vale la excusa de que se agotó la pauta del Gobierno, como se puede alegar sobre los productos del Grupo Indalo. O los de los Spolsky. Los de Garfunkel o Electro Ingeniería, que ya capotaron y dejaron sin trabajo a cientos de colegas. Hoy con DYN son los poderosos Clarín y La Nación los que decidieron bajar  la persiana, cuando los vientos más los favorecen económicamente. Si bien podrían seguir subsidiando a DYN, porque recursos les sobran, los trabajadores aparecen a simple vista como una variable de ajuste, un número que no cierra en sus balances. Por eso no entiendo por qué hay periodistas que toman partido por unos o por otros, cuando se trata de más de lo mismo con diferentes carteles. 
Néstor Kirchner en su primera etapa de gobierno, lo primero que hizo fue acordar con Clarín. Hasta le permitió la fusión del cable. En ese momento bastaba con observar los títulos del "gran diario argentino", para enterarse que la Argentina era algo parecido al paraíso. Pero después vino la pelea y fue cuando el ex presidente quiso comprar el diario y le cerraron la puerta en las narices. Entonces le declaró la guerra y le dio la orden a su ejército de repudiar al medio hegemónico y crear su propia prensa adicta, para la que hubo plata de todos los colores.
Clarín no tiene la culpa de tanto poder, se lo sirvieron en bandeja. Si quisiera, sumando a Radio Mitre, su cadena de repetidoras y a Canal 13, podría socavar los cimientos de la Casa Rosada.
Todos los gobiernos se pusieron de rodillas ante Clarín y engordaron su  poder. Después,  terminaron pagando sus caprichos y presiones, como lo admitió públicamente en uno de sus discursos, el propio Raúl Alfonsín. Las relaciones carnales con el diario de Héctor Magnetto, siempre fueron  altamente peligrosas y caras por el lado que se las mire. Por poner un ejemplo de lo que ocurre en otros lugares, en Estados Unidos no está permitido tener un diario, un canal de TV y una radio en un mismo distrito, sino uno por Estado.Es la manera sabia de mantener a distancia a los monopolios.
Siempre sostuve que en la guerra entre Clarín y el kirchnerismo iba a ganar el medio que fundó Roberto Noble. Se los dije a algunos políticos que me pidieron consejo en su momento. Aún con el 54% de los votos de Cristina, todo el poder, con una Ley de Medios que amenazaba con estrangularlo y el matonismo de Guillermo Moreno que se presentaba en las asambleas de Papel Prensa con guantes de box, Clarín subsistió.
Héctor Magnetto, el Ceo del grupo, sacó un conejo de la galera. Convirtió al periodista Jorge Lanata en el jefe de una oposición que no existía. Le dio espalda jurídica  y recursos. Y así decretó en una suerte de goteo informativo, el fin de un proceso. Desenterró los secretos mejor guardados de la corrupción K. Y coronó logrando que  muchos funcionarios, entre ellos un vicepresidente, hoy estén en la cárcel.
Si los periodistas continuamos en esta discusión estéril entre colegas, lo único que lograremos es continuar favoreciendo a los Magnetto, los Cristóbal López, Garfunkel o Spolsky, que seguirán marcando la cancha con los gobiernos de turno y dejando tendales de colegas desocupados.
Debemos comprender de una vez por todas, que frente a la pluralidad no hay nada que temer, ni misterio del cual asombrarse. Sucede en todos los países democráticos del mundo. El disenso no atenta contra la democracia. Todo lo contrario, fortalece las decisiones y da la oportunidad de corregir. Es hora de tirar juntos del carro. Unidos contra quienes construyeron la antesala del infierno y el camino a la desunión.
La ruta debería señalizarse con el buen propósito de unir a los argentinos. Pero si persiste este escenario, no es razonable esperar una concreción inmediata. La grieta que divide al país nunca podrá cerrarse mientras haya un sector minoritario, pero importante que se considere el único representante del pueblo y de la patria, relegando a los demás al rol de traidores a la nación. 
En esta suerte de crónica para evitar un naufragio de la profesión, pido a mis colegas que reflexionemos y hagamos un esfuerzo para compartir la misma redacción, con disenso, pero con respeto. Para que esto se termine, es hora de dejar de hacer periodismo de periodistas.

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