martes, 14 de marzo de 2017

El pogo más grande del mundo, al que la ineptitud convirtió en trampa mortal

Es indudable que la tragedia de Olavarría, tendrá un costo político. La inexperiencia del intendente local, podría llevarlo a su destitución. Pero además, ocasionarle una caída de imagen positiva a la gobernadora María Eugenia Vidal, justamente en un año electoral. Se podría decir que lo sucedido en una ciudad de 130 mil habitantes durante el recital del Indio Solari, fue la tragedia más anunciada de los últimos tiempos donde quedó en evidencia la fotografía de un Estado ausente.



Sepultó el sueño del jefe comunal, de encontrarse con el pogo más grande del mundo y demostró, su falta de muñeca para manejar un evento de tal magnitud, al que ya le había escapado por su buen olfato, un histórico alcalde anterior, como Helios Eseverri, 20 años atrás. 
La falta de controles en el ingreso del público, la seguridad insuficiente para contener los desbordes, el alcohol y la droga, se sumaron también en un cóctel trágico que terminó abriendo las puertas del infierno. Dos personas muertas, un tendal de heridos, roturas de frentes de locales, el caos y la angustia en el regreso, es el balance penoso de lo que por milagro, no se convirtió en otro Cromañón, pero a cielo abierto.
El saldo es milagrosamente exiguo, si se considera que más de 300 mil personas desbordaron un predio con capacidad hasta 200 mil. El amateurismo del intendente Ezequiel Galli, también quedó patentizado con el traslado de la gente desesperada y sin rumbo en camiones, como si fueran refugiados sirios. Los llevaron hasta la ciudad de Azul, para que se arreglaran como podían, con el fin de descomprimir una verdadera bomba de tiempo que había terminado con saqueos en la terminal de ómnibus. 
Es cierto que el Indio Solari pudo haber alquilado diez estadios de River y evitar semejante desastre, pero Galli persistió en que fuera Olavarría la ciudad de su sueño ricotero. Al Indio le hubiera resultado más caro el estadio de River o el Luna Park, frente a los exiguos 300 mil pesos que su productora pagó por un predio impresentable y que no reunía las condiciones mínimas de seguridad. Encima, se calcula que embolsó 136 millones de pesos, lo que se dice, un negocio "redondo". Lo más grave, es que el fiador y garante, fue el propio Galli a quien la justicia podría obligar a responder con sus propios bienes frente a los daños.
 A poco más de 12 años de Cromañón y a no tanto de cuando el ejército ricotero arrasó Gualeguaychú, Olavarría era una suerte de final anunciado. Ya el viernes se sabía que se habían vendido miles de entradas de más y que en definitiva, las puertas se terminarían  abriendo para no dejar a nadie afuera. Se caía de maduro que el negocio estaba consumado e inclusive había superado todas las expectativas. 
La ridícula idea del pogo más grande del mundo, agitada de manera marketinera por Chacal Producciones, la empresa organizadora, el propio Indio, y que Galli "compró" ingenuamente, lo que abrigaba era la venta indiscriminada de entradas, sin importar los riesgos. Pero a esa altura el intendente ya había perdido su GPS y lo invadía la euforia. Su único sueño, era convertirse en el rey del evento, sin advertir que la "bestia pop" dejaría tierra arrasada.
Galli dejó correr demasiada agua debajo del puente, sin imaginar que sus vecinos, vivirían la peor de las pesadillas, con fanáticos hasta caminando por los techos de sus viviendas. Después, el jefe comunal se refugió en el "no se esperaba tanta gente", pero ya era tarde. Nadie le creyó, cuando virtualmente se levantó y escapó esquivando los primeros dardos en una conferencia de prensa que se presentaba a todas luces riesgosa, ante la ausencia de respuestas convincentes. 
El drama de Olavarría pudo ser mucho peor y no lo fue de milagro. Galli estaba tan entusiasmado en capitalizar la llegada del Indio, que  en los días previos dio decenas de notas a los medios. Pero también exageró y se convirtió en el chiste de la ciudad, al ir a esperar al músico como una groupie al aeropuerto y comerse un verdadero desplante. El Indio pasó a su lado y lo ignoró. Galli se tuvo que conformar con saludar a su manager.
Lo que ocurrió en Olavarría, es una prueba más que los argentinos somos incapaces de aprender de nuestros propias desgracias .Rezamos solo cuando estamos al borde del precipicio. Ezequiel Galli (36 años), le dejó la pelota servida a la oposición. Flaco favor le hizo al gobierno provincial, al que colocó en situación de nocaut, invisible y mudo, durante y después de la tragedia. ¿Acaso ningún funcionario, ni el propio ministro de Seguridad, Cristian Ritondo, que un día antes había estado entregando patrulleros, previó el riesgo de que Olavarría recibiera en una noche a más del doble de su población estable y la manera en que esa gente ingresaría y abandonaría la ciudad. con una ruta angosta que irremediablemente iba a colapsar?.
En Olavarría los vecinos dicen haber visto menos policías de los 1.100 que se anunciaron y nula presencia de Defensa Civil para socorrer a los heridos. Entraron al predio hasta parejas con chicos en cochecitos y nadie los paró. Los cacheos fueron inexistentes. Inclusive, no se controlaron las entradas. No hubo nadie que coordinara el ingreso de colectivos, porque el municipio dispuso de dos cuadras que fueron sitiadas por la gente que acampó frente a La Colmena y por lo tanto cada uno estacionó donde quiso. Muchos pararon en la ruta  y los pasajeros debieron caminar hasta 12 kilómetros. 
Por estas horas, el futuro del intendente Galli es incierto. Sólo tiene 5 de 20 concejales. En otras palabras, la oposición unida puede reunir dos tercios para destituirlo y convertirlo en el Aníbal Ibarra de Cambiemos.
La pesadilla de Olavarría, refleja el perfil de una sociedad decadente e imprevisible, que parece desafiar de manera constante la idea de tocar fondo, para mudarse después al peor de los submundos. Nadie podrá devolver las vidas que se pierden cada tanto por la falta de controles. Tampoco aplacar la angustia de padres, madres, hijos y hermanos que por estas horas no saben nada de sus familiares. El Estado hace rato que está alejado de cualquier país normal donde funcionan los protocolos. Es evidente que estamos en estado terminal, donde el riesgo de otra tragedia, seguramente está a la vuelta de cada esquina.

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